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    Resumen: Bianchi, Susana, Historia social del mundo occidental: del feudalismo a la sociedad contemporánea .

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    Brunn.
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    Resumen: Bianchi, Susana, Historia social del mundo occidental: del feudalismo a la sociedad contemporánea . Empty Resumen: Bianchi, Susana, Historia social del mundo occidental: del feudalismo a la sociedad contemporánea .

    Mensaje  Brunn. Jue Mayo 26, 2011 10:08 pm

    Bianchi, Susana, Historia social del mundo occidental: del feudalismo a la sociedad contemporánea .

     Capítulo III: La época de las revoluciones burguesas.
    1) La época de la “doble revolución”.
    Dentro de una sociedad predominantemente rural, con sociedades profundamente jerarquizadas, en una Europa donde aún la mayoría de las naciones estaba dominada por las monarquías absolutas, las transformaciones comenzaron en dos países rivales: Inglaterra y Francia. Constituyeron dos procesos diferentes pero paralelos; sus resultados alcanzaron dimensiones mundiales.
    Estas revoluciones permitieron el ascenso de la sociedad burguesa, pero también dieron origen a otros grupos sociales que podrían en tela de juicio los fundamentos de su dominación.
    I. La revolución Industrial en Inglaterra.
    Entre 1780 y 1790, en algunas regiones de Inglaterra comenzó a registrarse un aceleramiento del crecimiento económico. La capacidad productiva superaba límites y obstáculos y parecía capaz de una ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios que implicaba cambios cualitativos: las transformaciones se producían en y a través de una economía capitalista.
    Consideraremos el capitalismo como un sistema de producción pero también de relaciones sociales. La principal característica del capitalismo es el trabajo proletario, es decir, de quienes venden su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Por lo tanto la principal característica del capitalismo es la separación entre los productores directos, la fuerza de trabajo y la concentración de los medios de producción en manos de otra clase social, la burguesía.
    Fue en el siglo XVIII que la Revolución Industrial afirmó el desarrollo de las relaciones capitalistas, en la medida en que la aparición de la fábrica terminó por afirmar la separación entre trabajo y medios de producción.

     Los orígenes de la Revolución Industrial.
    En Inglaterra, a partir del desarrollo de una agricultura comercial, la economía agraria se encontraba profundamente transformada. A mediados del siglo XVIII, el área capitalista de la agricultura inglesa se encontraba extendida y en vías de una posterior ampliación. El proceso era acompañado por métodos de labranza más eficientes, abono sistemático de la tierra, perfeccionamientos técnicos e introducción de nuevos cultivos; los productos del campo dominaban los mercados.
    De este modo, la agricultura se encontraba preparada para cumplir con sus funciones básicas en un proceso de industrialización. En la medida en que la “revolución agrícola” implicaba un aumento de la productividad, permitía alimentar a más gente. Permitía alimentar, además, a gente que ya no trabajaba la tierra, a una creciente población no agraria. En un segundo lugar, al modernizar la agricultura y al destruir las antiguas formas de producción campesinas, la “revolución agrícola” acabó con las posibilidades de subsistencia de muchos campesinos que debieron trabajar como arrendatarios. Y muchos también debieron emigrar a las ciudades y se creaba así un cupo de potenciales reclutas para el trabajo industrial.
    Pero la destrucción de las antiguas formas de trabajo liberaba mano de obra y a la vez creaba consumidores. La constitución de un mercado interno estaba y extenso, proporcionó una importante salida para los productores básicos.
    Pero también Inglaterra contaba con un mercado exterior. Era un mercado sostenido por la agresiva política exterior del gobierno británico dispuesto a destruir a toda la competencia. Esto nos lleva al tercer factor que explica la peculiar posición de Inglaterra en el siglo XVIII: el gobierno. La “gloriosa revolución” de 1688, había instaurado una monarquía limitada por el Parlamento integrado por la Cámara de los Lores (aristócratas), pero también por la Cámara de los comunes. Inglaterra estaba dispuesta a subordinar su política a los fines económicos.

     El desarrollo de la Revolución Industrial.

    La etapa del algodón.
    El mercado exterior fue la chispa que encendió Revolución Industrial, ya que mientras la demanda interior se extendía, la exterior se multiplicaba. Pues el mercado interior desempeñó el papel de “amortiguador” para las industrias de exportación frente a las fluctuaciones del mercado.
    No hay dudas de que la constante ampliación de la demanda – interna, externa u ambas – de textiles ingleses fue el impulso que llevó a los empresarios a mecanizar la producción: para responder a esa creciente demanda era necesario introducir una tecnología que permitiera ampliar esa producción-. De este modo, la primera industria “en revolución” fue la industria de los textiles de algodón.
    Las máquinas de hilar, los husos y, posteriormente, los telares mecánicos eran innovaciones tecnológicas sencillas y, fundamentalmente, baratas. Estaban al alcance de pequeños empresarios y rápidamente compensaban los bajos gastos de inversión. Además, la expansión de la actividad industrial se financiaba fácilmente por los fantásticos beneficiones que producía a partir del crecimiento de los mercados. De este modo, la industria algodonera por su tipo de mecanización y el uso masivo de mano de obra barata permitió una rápida transferencia de ingresos del trabajo al capital y contribuyó al proceso de acumulación.

    La etapa del ferrocarril
    A pesar de éxito, una industrialización limitada y basada en un sector de la industria textil no podía ser estable ni duradera. A mediados de la década de 1830, cuando la industria textil atravesó su primera crisis, con la tecnificación, la producción se había multiplicado, pero los mercados no crecían con la rapidez necesaria; de este modo, los precios cayeron al mismo tiempo que los costos de producción no se reducían en la misma proporción.
    Indudablemente, la industria textil estimuló el desarrollo tecnológico pero ofrecía límites: no demandaba carbón, hierro o acero, es decir, carecía de capacidad directa para estimular el desarrollo de las industrias pesadas de base.
    El crecimiento de las ciudades generaba un constante aumento de la demanda de carbón, principalmente combustible domestico.
    El crecimiento urbano había extendido la explotación de las minas de carbón y la producción fue lo suficientemente amplia como para estimular el invento que transformó radicalmente la industria: el ferrocarril (resultado directo de las necesidades de la minería). Sin embargo, la construcción de ferrocarriles presentaba un problema: su alto costo. Pero este problema se transformó en su principal ventaja, pues las primeras generaciones de industriales habían acumulado suficiente riqueza para invertir en esta nueva industria.
    Así, el ferrocarril fue la solución para la crisis de la primera fase de la industria capitalista.

     Las transformaciones de la sociedad.
    La expresión Revolución Industrial implicó la idea de profundas transformaciones sociales.
    Las antiguas aristocracias no sufrieron cambios demasiado notables. Por el contrario, con las transformaciones económicas se vieron favorecidos. La modernización de la agricultura dejaba beneficios, y a éstos se agregaron los que proporcionaban los ferrocarriles que atravesaban sus posesiones. Eran propietarios del suelo y también del subsuelo, por lo tanto la expansión de la minería y la explotación del carbón era una ventaja para ellos.
    También para las antiguas burguesías mercantiles y financieras, los cambios implicaron sólidos beneficios. La posibilidad de asimilación en las clases más altas también se dio para los primeros industriales textiles del siglo XVIII: para algunos millonarios del algodón, su ascenso social corría paralelo al económico.
    El proceso de industrialización generaba a muchos “hombres de negocios”, que aunque habían acumulado fortuna, eran demasiados para ser absorbidos por las clases más altas. Estos comenzaron a definirse como “clase media” y como tal reclamaban derechos y poder. Eran hombros que se habían hecho “a sí mismos”.
    Los nuevos métodos de producción modificaron profundamente el mundo d elos trabajadores. Evidentemente, para lograr esas transformaciones en la estructura y el ritmo de la producción debieron introducirse importantes cambios en la cantidad y calidad del trabajo.
    Es indudable que, con la producción en la fábrica, surgió una nueva clase social: el proletariado o la clase obrera.
    El proletariado estaba emergiendo de la multitud de antiguos artesanos, trabajadores domiciliarios y campesinos de la sociedad pre-industrial. Se trataba de una clase “en formación”, que aún no había adquirido un perfil definido.
    La Revolución Industrial, en sus primeras etapas, reforzó formas pre-industrales de producción como el sistema de trabajo domiciliario. Dicho sistema comenzaba a transformarse en un trabajo “asalariado”.
    En estas primeras etapas, los niños y las mujeres constituyeron la gran reserva de mano de obra de los nuevos empresarios.
    De la heterogeneidad de las formas productivas con la que se inició la Revolución Industrial dependió la pluralidad de grupos sociales que conformaban a los “trabajadores pobres”. Sin embargo, con la expansión del sistema fabril, sobre todo en la década de 1820, comenzó a adquirir un perfil más definido: ya era la clase obrera fabril. Se trata de “proletarios”, es decir, de quienes no tienen otra fuente de ingresos digna de mención más que vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. El proceso de mecanización les exigió concentrarse en un único lugar de trabajo, la fábrica, que impuso al proceso de producción un carácter colectivo. El resultado fue un incremento de la división del trabajo a un grado de complejidad desconocido hasta entonces.
    Las actividades del trabajador debían adecuarse cada vez más al ritmo y regularidad de un proceso mecánico. El trabajo mecanizado de la fábrica impulsó una regularidad y una rutina completamente diferente a la del trabajo pre-industrial… la industria trajo la tiranía del reloj.
    Frente a las resistencias, ante las dificultades de acondicionamiento al nuevo tipo de trabajo, se forzó a los trabajadores mediante un sistema de coacciones que organizaba el mercado de trabajo y garantizaba la disciplina.
    Pero también se disciplinó mediante formas más sutiles y en este sentido hay que destacar el papel que jugó la religión. El metodismo insistía particularmente en las virtudes disciplinadoras y el carácter sagrado del trabajo duro y la pobreza. Por un lado disciplinó al trabajo, pero por otro proveyó a los trabajadores de ejemplos de acción: sus primeras agrupaciones se organizaron sobre la base que proporcionaba el modelo de la asamblea metodista.
    Para los trabajadores, las condiciones de vida se deterioraron. Hasta mediados del siglo XIX, mantuvo vigencia la teoría del “fondo salarial” que consideraba que cuanto más bajos fueran los salarios de los obreros más altas serían los beneficios patronales. En este sentido, el desarrollo urbano de la primera mitad del siglo IX fue un gran proceso de segregación que empujaba a los trabajadores pobres a grandes concentraciones de miseria alejadas de las nuevas zonas residenciales de la burguesía. Las condiciones de vida en estas concentraciones obreras, el hacinamiento, la falta de servicios públicos, etc., favoreció la reaparición de epidemias.
    Uno de los ámbitos donde más se advertía la incompatibilidad entre la tradición y la nueva racionalidad burguesa era el ámbito de la “seguridad social”. Dentro de la moralidad pre-industrial se consideraba que el hombre tenía derecho a trabajar, pero que si no podía hacerlo tenía el derecho a que la comunidad se hiciese cargo de él. Pero esta tradición era algo completamente incompatible con la lógica burguesa que basaba su triunfo en el “esfuerzo individual”.
    Frente a la nueva sociedad que conformaba el capitalismo industrial, los trabajadores podían dificultosamente adaptarse al sistema e incluso intentar “mejorar”. Pero aún les quedaba otra salida: la rebelión. De este modo, pronto surgió la organización y la protesta gracias al pasaje de la “conciencia de oficio” a la “conciencia de clase”.
    En las últimas décadas del siglo XVIII, la primera forma de lucha en contra de los nuevos métodos de producción, el ludismo, fue la destrucción de las máquinas que competían con los trabajadores en la medida que suplantaban a los operarios. Cuando ya fue claro que la tecnología era un proceso irreversible y que la destrucción de máquinas no iba a contener la tendencia a la industrialización, esta forma de lucha continuó empleándose como forma de expresión para obtener aumentos salariales y disminución de la jornada de trabajo.
    Pero las demandas no se restringieron, también aparecieron reivindicaciones vinculadas con la política y comenzaron los movimientos que configuraban las primeras formas de lucha obrera.
    En las primeras décadas del siglo XIX, las demandas de los trabajadores de una democracia política coincidieron con las aspiraciones de las nuevas “clases medias” a una mayor participación en el poder político. La lucha se centró en la ampliación del sistema electoral. Dicha lucha culminó con la reforma electoral de 1832 gracias a la cual se otorgaba representación a los nuevos centros industriales y se acrecentó el número de electores al disminuir la renta requerida para votar. Esto indudablemente favorecía a la “clase media”, pero excluía a la clase obrera de los derechos políticos.
    El fracaso de 1832 constituyó un hito en la conformación del movimiento laboral: era necesario plantearse nuevas formas de lucha. En 1838, La Asociación de Trabajadores de Londres confeccionó la llamada Carta del Pueblo donde se exigía el derecho al sufragio universal, idéntica división de los distritos electorales, etc. Así se dio origen a un vasto movimiento, el cartismo, que se extendió por toda Gran Bretaña, aunque sin embargo terminó disgregándose.

    II. La Revolución Francesa.
    Si la economía del mundo del siglo XIX se transformó bajo la influencia de la Revolución Industrial inglesa, no cabe duda que la política y la ideología se formaron bajo el modelo de la Revolución Francesa.
     Los orígenes de la Revolución
    Desde mediados del siglo XVIII, se habían producido profundos cambios en el ámbito de las ideas y de las concepciones del mundo.
    Los “filósofos” de la Ilustración, al fijar las fronteras del conocimiento, habían destronado a la teología. El pensamiento se alejaba de lo sagrado para afirmar sus contenidos laicos.
    Dentro de la esfera pública se conformaba una nueva cultura política, con una nueva teoría de la representación, que colocaba al centro de la autoridad en una opinión pública, que a fines del siglo XVIII se transformaba en un tribunal al que era necesario escuchar y convencer.
    Durante este mismo siglo, Francia fue la principal rival económica de Inglaterra en el plano internacional: había cuadruplicado su comercio exterior y contaba con un dinámico imperio colonial. Pero, a diferencia de Inglaterra, Francia era la más poderosa monarquía absoluta de Europa, y no estaba dispuesta a subordinar la política a la expansión económica. Por el contrario, esta expansión encontraba sus límites en la rígida organización mercantilista del antiguo régimen, los reglamentos, los altos impuestos, los aranceles aduaneros.
    Los economistas de la Ilustración consideraban que era necesario una eficaz explotación de la tierra, la abolición de las restricciones y una equitativa y racional tributación que anulara los viejos privilegios. Criticando las bases del mercantilismo, consideraban que la riqueza no estaba en la acumulación sino en la producción, por lo tanto, para que prosperara, era necesario levantar las trabajas, “dejar hacer” (laissez-faire). Pero los intentos de llevar a cabo estas reformas en Francia fracasaron.
    El conflicto entre los intereses del antiguo régimen y el ascenso de nuevas fuerzas sociales era más agudo aquí que en cualquier otra parte de Europa. La “reacción feudal” fue la chispa que encendió la revolución.
    El punto de partida está en el papel jugado por los periodistas, profesores, abogados, notarios que defendían un sistema que se basaba no en el privilegio y el nacimiento, sino en el talento. Al defender un nuevo orden social, estos burgueses sentaron las bases para las posteriores transformaciones.

     Las etapas de la Revolución.
    La participación de Francia en la guerra de la independencia de los Estados Unidos había agravado los problemas financieros. Para sanar el déficit fiscal, los ministros de Luis XVI habían intentado el cobro de un impuesto general a todas las clases propietarias, medida que afectaba el tradicional privilegio de la nobleza.
    La revolución comenzó con la rebelión de la nobleza que intentaba afirmar sus privilegios frente a la monarquía. Pero, los efectos fueron distintos a los esperados. La convocatoria de los Estados Generales, la elección de los diputados, la redacción de los Cuadernos de Quejas provocaron una profunda movilización que ponía en tela de juicio todo el andamiaje del antiguo régimen.
    Los Estados Generales aún recogían la visión de la sociedad expresada en el modelo de los “tres órdenes”: los que rezan (el clero), los que guerrean (la nobleza) y los que trabajan la tierra (los campesinos).
    En mayo de 1789 los Estados Generales se reunieron e parís. Inmediatamente comenzaron los debates sobre las formas de funcionamiento. Ante la falta de acuerdos, se propusieron redactar una Constitución que, según el modelo que proporcionaba Inglaterra, limitara el poder real.
    En 1793 se había promulgado una nueva Constitución, de carácter democrático. Pero esta Constitución casi no tuvo vigencia.

     La tercera etapa de la Revolución: La difícil búsqueda de la estabilidad (1794-1799)
    La república jacobina pudo mantenerse durante la época más difícil de la guerra, pero hacia mediados de 1794 las circunstancias habían cambiado: los ejércitos franceses habían derrotado a los austríacos en Fleurus y ocupado Bélgica. Poco después, en 1795, la Convención daba por terminadas sus funciones y sancionaba la Constitución del año III de la República.
    Dicha Constitución aspiraba a retornar al programa liberal que había sido impuesto durante la primera etapa de la Revolución. Sin embargo, la mayor dificultad due la de lograr la estabilidad política.
    Era necesario encontrar la fórmula para no volver a caer e la república jacobina ni retornar al antiguo régimen. Y el delicado equilibrio fue mantenido básicamente por el ejército, responsable de reprimir y sofocar las periódicas conjuras y levantamientos. El ejército se transformó en el soporte del poder político.


     Fin e institucionalización de la Revolución: Napoleón Bonaparte (1799 – 1815)
    La Revolución era considerada por muchos no como un acontecimiento que afectaba exclusivamente a Francia, sino como el comienzo de una nueva era para toda la humanidad. De allí las tendencias expansionistas y la ocupación de países.
    Con los ejércitos se expandían también algunos de los logros revolucionarios ante el terror de las monarquías absolutas. Pero la guerra no sólo fue un enfrentamiento entre sistemas sociales y políticos, sino que también fue el resultado de la rivalidad de las dos naciones que buscaban establecer su hegemonía sobre Europa: Francia e Inglaterra.
    En ese ejército revolucionario había hecho su carrera Napoleón Bonaparte. En 1795 se le confía la defensa de la Convención. Logró conjurar el peligro y desde entonces su posición fue sólida. En 1796, el Directorio le confió la campaña militar a Italia y en 1798 Bonaparte se propuso la conquista de Egipto.
    En noviembre de 1799, un golpe entregó el mando de la guarnición de París a Bonaparte. Poco después se formaba un nuevo poder ejecutivo, el Consulado, integrado por tres miembros. La Constitución del año VIII (1800) dio forma al nuevo sistema: se disponía que uno de los tres mandatarios que ejerciera el cargo de Primer Cónsul, reduciendo a los otros dos a facultades consultivas y otorgándole supremacía sobre el poder legislativo. El cargo de Primer Cónsul se otorgó a Napoleón Bonaparte que pudo ejercer un poder si contrapesos.
    El sistema napoleónico significó el fin de la agitación revolucionaria. En primer lugar, se restringió la participación popular. En segundo lugar, se estableció un rígido sistema de control sobre la población.
    Pero el sistema napoleónico también institucionalizó mucho de los logros revolucionarios. Para acabar con los conflictos religiosos y contar con el apoyo del clero, Napoleón firmó con el papa Pío VII un Concordato (1801) y así la Iglesia francesa quedaba subordinada al estado, anulando su potencial conflictivo.
    El sistema napoleónico también reorganizó la administración y las finanzas y creo hasta un Banco Nacional. La enseñanza pública fue tratada con particular celo. Además, durante el período napoleónico se creó la jerarquía de funcionarios públicos que constituía la base del funcionamiento estatal.
    A comienzo de 1804, el descubrimiento de un complot permitió a Bonaparte dar un paso más: la instauración del Imperio.
    La constitución del Imperio fue fundamentalmente el resultado de la política exterior napoleónica: la nación que aspiraba a dominar el continente tenía que estar dirigida por una institución que históricamente llevara implícita una función hegemónicamente.
    En la lucha de Francia por la hegemonía europea, Inglaterra fue el enemigo inevitable. En la confrontación bélica ninguno de los dos países había conseguido éxitos decisivos. De allí que la lucha se trasladara al terreno económico. Bloqueo marítimo y bloqueo continental eran los medios por los que Inglaterra y Francia intentaban asfixiarse mutuamente.
    Sin embargo, para Francia, los efectos del bloqueo fueron graves: ruinas de los puertos, falta de algodón y, sobre todo, la quiebra de los propietarios agrícolas que, en los años de buenas cosechas, no podían exportar el excedente. Ante la imposibilidad de una victoria económica, Napoleón decidió dar un vuelco decisivo a la guerra, mediante una contundente acción militar: la invasión de Rusia (1812).
    Pero los resultados no fueron los esperados. Las fuerzas aliadas de Prusia, Austria, Rusia y Suecia en la batalla de Leipzig derrotaron a Napoleón.

     El ciclo de las revoluciones burguesas.
    La caída de Napoleón llevó a la definición de un nuevo orden europeo, tarea que quedó a cargo de los vencedores: Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia.
    El nuevo orden constituyó un compromiso entre liberales y partidarios del antiguo régimen, compromiso que no significó equilibrio ya que, como lo demostraron las reuniones del Congreso de Viena, el peso predominante se volcó hacia las viejas tradiciones.
    El primer problema que tuvieron que afrontar fue el de rehacer el mapa de Europa: el objetivo era consolidar y acrecentar territorialmente a los vencedores y crear “estados-tapones” que impidieran la expansión francesa. Este mapa dejó planteados problemas, como la cuestión de la “formación de las naciones”.
    Pese a que estuvo listo el instrumento con el que se intentaría imponer el antiguo orden, la tarea no fue sencilla, ya que la sociedad se encontraba profundamente transformada.

     Las revoluciones de 1830.
    Las bases de las revoluciones: liberalismo, romanticismo, nacionalismo.
    La cerrada concepción política que se intentaba imponer, el retorno al absolutismo, desató en la sociedad intensas resistencias. Las ideas difundidas por la Revolución (libertad e igualdad) habían alcanzado consenso y madurez para agudizar el clima de tensión social y político.
    El panorama se complejizaba además por los movimientos nacionalistas que surgían en aquellos países que se sentían deshechos u oprimidos por los repartos territoriales.
    En algunos lugares, el liberalismo y el nacionalismo confluyen y surgen sociedades secretas. En Francia se organizó la charbonnerie, integrada sobre todo por jóvenes universitarios y militares de filiación bonapartista. Los objetivos que perseguían estas sociedades eran variados. Francia, por ejemplo, buscaba establecer su gobierno que respetara los principios liberales. Pero en todas partes su característica fue la organización secreta, una rígida disciplina y el propósito de llegar a la violencia, si era necesario, para lograr sus objetivos.
    El liberalismo era una filosofía política orientada a salvaguardar las libertades políticas y económicas generales, así como las que debían gozar los individuos. Existía una negativa a toda intervención estatal que regulara la economía, el Estado debía limitarse a proteger los derechos de los individuos. Era además el sistema ideológico que más se ajustaba a las actividades y objetivos de la nueva burguesía.
    El liberalismo también se constituyó en un programa político: libertad e igualdad civil protegidas por una Constitución escrita, monarquía limitada, sistema parlamentario, elecciones y partidos políticos eran las bases de los sistemas que apoyaban la burguesía liberal. Pero también el temor a los conflictos sociales llevó a una concepción restringida de la soberanía que negaba el sufragio universal: el voto debía ser derecho de los grupos responsables que efercían una ciudadanía “activa”.
    Pero el liberalismo también se combinó con otras tradiciones como el romanticismo. Las primeras manifestaciones de esta nueva corriente fueron literarias, y se advierten especialmente en Inglaterra.
    En Francia el romanticismo constituyó originariamente un movimiento tradicionalista en reacción contra la Revolución Francesa, “era el desafiante rechazo a todo lo que limitase el libre albedrío de los individuos”.
    En este contexto, la época fue favorable para los inicios del nacionalismo. Pues en muchos países europeos comenzaba a agitarse la idea de la nación. Comenzaba a conformarse la conciencia de pertenecer a una comunidad ligada por la herencia común de la lengua y la cultura, unida por vínculos de sangre y con una especial relación con un territorio considerado como “el suelo de la patria”. Cultura, raza o grupo étnico y espacio territorial confluían en la idea de nación. El gobierno que dirigía a cada grupo “nacional” debía estar libre de cualquier instancia exterior.

     Los movimientos revolucionarios de 1830.
    En Francia, tras la caída de Napoleón, los viejos sectores sociales y políticos, los ultras, habían desencadenado una violenta reacción antiliberal intentando restaurar los principios del absolutismo. Pero la sociedad se había transformado y los principios de la revolución, extendido.
    Después de la muerte de Luis XVIII, su sucesor Carlos X, desencadenó una persecución contra todo lo que llevara el sello del liberalismo que provocó el desarrollo de una oposición fuertemente organizada.
    Cuando Carlos X promulgó un conjunto de medidas restrictivas sobre la prensa y el sistema electoral, un levantamiento popular estalló en Paris. La represión fue impotente y el combate, durante tres días, en las calles. Tras la abdicación del rey, los liberales más moderados se apresuraron a otorgar al duque Luis Felipe de Orleans la corona de Francia.
    De este modo, según los principios del liberalismo, se volvía a instalar una monarquía limitada sobre la base del sufragio restringido.

     Las revoluciones de 1848: “la primavera de los pueblos”.
    Las nuevas bases revolucionarias: democracia y socialismo.
    Los movimientos de 1848 fueron básicamente movimientos democráticos. Frente a ese liberalismo político que se definía por oposición al Antiguo Régimen, las revoluciones del 48 buscaron profundizar sus contenidos. Se comenzó a reivindicar el derecho de voto para todos los ciudadanos: no había democracia sin sufragio universal.
    El término “nación” parecía referirse a una entidad colectiva abstracta; el “pueblo” al que invocaban los revolucionarios del 48 era el conjunto de los ciudadanos y no una abstracción jurídica. Esta democracia consideraba a la república como la forma política más idónea para el ejercicio del sufragio universal, la soberanía popular y la garantía a las libertades. Pero había más. Se comenzaba a acusar al liberalismo de predicar una igualdad estrictamente jurídica. Era necesario también luchar por la reducción de las desigualdades en el orden social.
    Desde 1830, habían surgido organizaciones de trabajadores y periódicos difusivos de las nuevas ideas. Las organizaciones blanquistas como las Sociedades de las Familias, reclutaban adeptos entre los sectores populares y el incipiente proletariado francés. En este sentido, las nuevas ideas reflejaban transformaciones de la sociedad. En Francia estaba iniciándose el proceso de industrialización; la mecanización de las industrias del algodón y la lana y, posteriormente, la construcción de los ferrocarriles habían comenzado a conformar el núcleo inicial de la clase obrera.

     Los movimientos revolucionarios de 1848.
    La administración de Luis Felipe, apoyándose en grupos de la burguesía financiera, controlaba un gobierno en el que la participación electoral estaba restringida a quienes tenían el derecho de voto, el país legal. Pero el descontento crecía alimentado por las sospechas de que la administración estaba corrompida y el Estado se dedicaba a beneficiar a especuladores y financistas. La situación se agravaba por la crisis económica que afectaba a Europa. En efecto, desde 1846, una drástica reducción en la cosecha de cereales había desatado oleadas de agitación rural. Pero también el alza de los precios de los alimentos y la reducción del poder adquisitivo habían generado, en las ciudades, la crisis del comercio y de las manufacturas, con las secuelas de la desocupación.
    En ese contexto, la oposición al gobierno de Luis Felipe comenzó a realizar una “campaña de banquetes” donde se reunían representantes de los distintos sectores políticos para tratar temas de la política reformista. Tras la prohibición de realizar uno de esos banquetes se produjo el estallido y Luis Felipe abdicó. Se proclamó la República y se estableció un Gobierno provisional donde se vislumbraba el compromiso entre todos los sectores que habían participado en el levantamiento. Se elaboró un programa que contemplaba entre otras cosas el sufragio universal, pero también se introdujeron los reclamos socialistas: derecho al trabajo, libertad de huelga, limitación de la jornada laboral.
    Pero pronto comenzaron las dificultades. Quienes aspiraban a la república “social” pronto fueron confrontados por quieres aspiraban a la república “liberal”. Las elecciones demostraron que el sentimiento monárquico aún tenía sus raíces vivas, pero sobre todo el demostraron el temor a la república “social” de modo que se encaró hacia políticas más conservadoras.
    Las medidas tomadas por el gobierno de Lamartine dieron lugar a manifestaciones de descontento que dieron lugar a un estallido social que fue violentamente reprimido y se terminaba así toda expectativa sobre la “república social”. A fines de año asumía la presidencia Napoleón Bonaparte. El temor a la “república social” había llevado a la burguesía francesa a abrazar la reacción.
    Las revoluciones del 48 dejaron varias enseñanzas. Los trabajadores aprendieron que no obtendrían ventajas de una revolución protagonizada por la burguesía y que debían imponerse con su fuerza propia. Los sectores más conservadores de la burguesía aprendieron que no podían confiar más en la fuerza de las barricadas. Las fuerzas del conservadurismo deberían defenderse de otra manera y tuvieron que aprender las consignas de la “política del pueblo”.
    Las revoluciones del 48 significaron, fundamentalmente, el fin de la política tradicional y demostraron que el panorama político tiene múltiples protagonistas.







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