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    Resumen: Marx, Karl; El Capital, la mercancía.

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    Brunn.
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    Resumen: Marx, Karl; El Capital, la mercancía. Empty Resumen: Marx, Karl; El Capital, la mercancía.

    Mensaje  Brunn. Jue Mayo 26, 2011 10:14 pm

    Marx, Karl; El Capital, la mercancía.
     El fetichismo de la mercancía, y su secreto.
    Las mercancías son objetos muy intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y de resabios teológicos. Considerada como valor de uso, la mercancía no encierra nada de misterioso, dando lo mismo que la contemplemos desde el punto de vista de un objeto apto para satisfacer necesidades del hombre o que enfoquemos esta propiedad suya como producto del trabajo humano. La actividad del hombre hace cambiar a las materias naturales de forma para servirse de ellas. No obstante, en cuanto éstas empiezan a comportarse como mercancía, se convierte en un objeto físicamente metafísico.
    El carácter místico de la mercancía no brota de su valor de uso. Pero tampoco brota del contenido de sus determinaciones de valor. Todas esas actividades son funciones del organismo humano y representa un gasto esencial del cerebro humano además de un gasto de tiempo de trabajo.
    ¿De dónde procede, entonces, el carácter misterioso que presenta el producto del trabajo, tan pronto como reviste deforma de mercancía? Pues de esta misma forma. En las mercancías, la igualdad de los trabajos humanos asume la forma material de una objetivación igual de valor de los productos de trabajo, medido por el tiempo de su duración, reviste la forma de magnitud de valor de los productos del trabajo, y, finalmente, las relaciones entre unos y otros productores, relaciones en que se traduce la función social de sus trabajos, cobran la forma de una relación social entre los propios productos de su trabajo.
    El carácter misterioso de la forma mercancía estriba pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo, como si la relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores.
    La forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales no es más que una relación social concreta establecida entre los mismos hombres. A esto es lo que yo llamo el fetichismo bajo el que se presentan los productos del trabajo tan pronto como se crean en forma de mercancías y que es inseparable, por consiguiente de este modo de producción.
    Este carácter fetichista del mundo de las mercancías responde al carácter social genuino y peculiar del trabajo productor de mercancías.
    Si los objetos útiles adoptan la forma de mercancías es, pura y simplemente, porque son productos de trabajos privados independientes los unos de los otros. El conjunto de estos trabajos privados forma el trabajo colectivo de la sociedad.
    Entre los hombres, las relaciones sociales que se establecen entre sus trabajos privados aparecen como lo que son; es decir, no como relaciones directamente sociales de las personas en sus trabajos, sino como relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas.
    Es en el acto de cambio donde los productos del trabajo cobran una materialidad de valor socialmente igual e independiente de su múltiple y diversa materialidad física de objetos útiles. Este desdoblamiento del producto del trabajo en objeto útil y materialización de valor sólo se presenta prácticamente allí donde el cambio adquiere la extensión e importancia suficiente para que se produzcan objetos útiles con vistas al cambio, donde, por tanto, el carácter de valor de los objetos se acusa ya en el momento de su producción. A partir de este instante, los trabajos privados de los productores asumen un doble carácter social. De una parte, considerados como trabajos útiles concretos, tienen necesariamente que satisfacer una determina necesidad social y encajar dentro del trabajo colectivo de la sociedad, dentro del sistema elemental de la división social del trabajo. Más sólo serán aptos para satisfacer las múltiples necesidades de sus propios productores en la medida en que cada uno de esos trabajos privados y útiles concretos sea susceptible de ser cambiado por cualquier otro trabajo privado útil.
    Los hombres al equiparar unos con otros en el cambio, como valores, sus diversos productos, lo que hacen es equiparar entre si sus diversos trabajos como modalidades de trabajo humano.
    Los productos del trabajo considerados como valores, no son más que expresiones materiales del trabajo humano invertido en su producción. Y lo que sólo tiene razón de ser en esta forma concreta de producción, en la producción de mercancías, a saber: que el carácter específicamente social de los trabajos privados independientes los unos de los otros reside en lo que tienen de igual como modalidades que son de trabajo humano, revistiendo la forma del carácter de valor de los productos del trabajo, sigue siendo para los espíritus cautivos en las redes de la producción de mercancías. A los que cambian unos productos por otros, es saber cuántos productos obtendrán por el suyo propio, es decir, en qué proporciones se cambiarán unos productos por otros. En realidad, el carácter de valor de los productos del trabajo sólo se consolida al funcionar como magnitudes de valor. Estas cambian constantemente, sin que en ello intervenga la voluntad. El secreto que se esconde detrás de las oscilaciones aparentes de los valores relativos de las mercancías es la determinación de la magnitud de valor por el tiempo de trabajo.
    Para estudiar el trabajo común, es decir, directamente socializado, no necesitamos remontarnos a la forma primitiva del trabajo colectivo que se alza en los umbrales históricos de todos los pueblos civilizados. La industria rural y patriarcal de una familia campesina, de esas que producen trigo, ganado, hilados, etc., para sus propias necesidades representan para la familia otros tantos productos de su trabajo familiar, pero no guardan entre si relación de mercancías. Los diversos trabajos que engendran estos productos son funciones sociales, puesto que son funciones de una familia en cuyo seno reina una división propia y elemental del trabajo, ni más ni menos que en la producción de mercancías. Las diferencias de sexo y edad y las condiciones naturales del trabajo, que cambian al cambiar las estaciones del año, regulan la distribución de esas funciones dentro de la familia y el tiempo que los individuos que la componen han de trabajar. Pero aquí, el gasto de las fuerzas individuales de trabajo, graduado por su duración en el tiempo, reviste la forma lógica y natural de un trabajo determinado socialmente, a que en este régimen, las fuerzas individuales de trabajo sólo actúan de por sí como órganos de la fuerza colectiva de trabajo de la familia.
    La economía política ha analizado, aunque de un modo imperfecto, el concepto del valor y su magnitud, descubriendo el contenido que se escondía bajo esas formas. Pero no se le ha ocurrido preguntarse si quiera por qué este contenido reviste quela forma, es decir, por qué el trabajo toma cuerpo en el valor y por qué la medida del trabajo según el tiempo de su duración se traduce en la magnitud de valor del producto del trabajo.
    El valor de cambio no es más que una determinada manera social de expresar el trabajo invertido en un objeto y no puede, por tanto, contener materia alguna natural, como no puede contenerla, la cotización cambiaría.


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